Abril es mes de música, es el mes que robaron a Sabina, en el que volvemos a cantar el himno de Riego, en el que reescuchamos a los Celtas Cortos o en el que sonreímos al tatarear el grândola de José Alfonso.
Hoy, 25 de Abril es un buen día para recordar al país vecino, Portugal, ese al que tantas veces hemos despreciado, a ese al que tantas veces le hemos mirado por encima del hombro, tal y como nos solemos quejar que hacen los franceses con nosotros.
Hace poco pasé una semana por la zona de Lisboa y como todos los que cruzan el Guadiana por Badajoz para llegar a la desembocadura del Tajo en Lisboa, me he vuelto enamorado de una ciudad y de un país vecino que las está pasando canutas, o al menos un poco más canutas que nosotros.
Allí el peaje en las autopistas es monumento nacional, el smart es el coche oficial de Lisboa, el iva está al 23% y las protestas en el centro son el pan nuestro de cada día. Los edificios públicos o los coches de policía empiezan a notar que Portugal sabe bien de que se trata cuando hablamos de crisis.
Pero pese a todo, la amabilidad de sus gentes es la nota dominante en un país que el 25 de Abril de 1974 nos enseñó el camino a seguir poniendo claveles en fusiles y banda sonora a una revolución pacífica contra la dictadura de Salazar.
Pregunté como se llamaba el famoso puente rojo que cruza el delta del Tajo: 25 de Abril, me extrañó, no me parecía que fuese tan nuevo y al preguntar de nuevo, me dijeron que antes llevaba el nombre de Salazar.
Aquí, en muchas de nuestras plazas y calles siguen placas con nombres de nuestra dictadura, aquella que terminó en un hospital. Que nadie mire nunca por encima del hombro a nuestros vecinos de Portugal, porque nos pueden mirar a la cara y cantar Grândola Vila morena.