No soy un aficionado de los que son capaces de dicutir durante dos horas sobre si José Tomás es o no el mejor torero del mundo, pero me gustan los toros, especialmente los festejos populares como los que cada año se celebran en mi pueblo, los sanjuanes caurienses o los bous al carrer valencianos.
Pero no por aficionado me cuesta trabajo entender la decisión de RTVE de prohibir la información taurina en la televisión pública, sino porque no entiendo esa política restrictiva amparada en la «protección al menor», entendiendo los toros como un espectáculo que pueda «producir angustia en el menor».
Nos estamos volviendo unos auténticos imbéciles de lo políticamente correcto. A este paso terminaremos prohibiendo a los menores asistir a las típicas matanzas del cerdo y hasta ver bola de dragón o leer a Harry Potter.
La muerte, el dolor y el sufrimiento es algo que está ahí, con lo que convivimos en el día a día y en lo que también debemos educarnos desde pequeños. Me gusta mucho una reflexión que hizo Esplá en el parlamento de cataluña y que ya enlacé en el blog hace tiempo:
El rito tiene un fin práctico para el hombre, o cuanto menos para aquellos que depositan en él su fe. “El toreo, -en palabras del propio Miquel Barceló- pertenece a esos mecanismos que el hombre ha creado contra la muerte”. Y entre los cuales se encuentran también: La religión, el arte, y el más infalible de ellos: El amor.
Son bálsamos contra la evidencia de nuestro destino, pequeños raptos de inmortalidad. Tan inocentes como inútiles. Pero sin la sustancia de estas mentiras, la vida sería insoportable.
Allanar con argumentos el terreno de aquellos que defienden al animal, atribuyéndole sentimientos y capacidades humanas, me parece tan absurdo, como la imposición de los criterios proteccionistas dentro de la utilización de los animales con fines prácticos para el hombre.
Y sería triste volver a ver peregrinar, esta vez, a los aficionados catalanes allende los Pirineos. Como otrora hicieran hace “cuarenta y algunos años”, los españolitos para disfrutar de todo lo que la censura les negaba en España.
Porque en Francia nos siguen dando ejemplo de cómo se administran las libertades. Gracias ella el toreo queda redimido de vinculaciones políticas, y es también nuestra convecina la que ha lavado la faz de las apariencias, reforzando el talante artístico y cultural de este. Y por si esto fuera poco, desde allí, se ha elevado a la Unesco la petición de convertir la celebración de las corridas en patrimonio inmaterial de la humanidad. En definitiva, Francia ha instalando en lo más intimo de su sentir los toros, haciéndolos tan suyos como nuestros, deshaciendo a un tiempo los resabios históricos que vinculaban a estos con una decimonónica tercermundista y tenebrosa España.