Lo admito, en ocasiones no he sido buen embajador de Guadalupe, lo calificaba como una ciudadanía apática que no se solía unir en torno a proyectos comunes y colaborativos, acostumbrada a vivir en un pueblo con demasiadas particularidades, puesto que pese a tener poco más de 2.000 habitantes está más que acostumbrada a recibir miles de visitantes y a ser una mezcla de culturas y tradiciones. Un pueblo marcado por su história y que ha crecido culturalmente por encima de su entorno gracias a la influencia de tener un Monasterio de gran importancia durante siglos en el corazón de la puebla y de posteriormente ser un polo de atracción turística en la zona, algo que se incrementó notablemente con la declaración de Patrimonio de la Humanidad.
Pero en estos últimos tiempos he empezado a cambiar positivamente esa opinión, gracias a una serie de colectivos que de manera espontánea pero agitados por personas individuales sin afán de protagonismos, pero sí con un gran sentido del trabajo colectivo, han impulsado un nuevo tiempo en la puebla que espero que sea para largo.
La unidad colectiva de empresarios y ciudadanos de las Villuercas en torno a un proyecto, el Geoparque, que viene a renovar la ilusión y las ganas de emprender de una de las comarcas más abandonadas de Extremadura, pasó de ser un sueño colectivo a una realidad presente. El Geoparque es lo que es gracias al trabajo de decenas de vecinos anónimos de la comarca y será lo que quiera ser gracias a continuar en esa senda de trabajo comenzado cuando a alguien se le ocurrió que esos pedruscos que forman la sierra de las Villuercas servían para algo más que para poner puestos de caza.
Un grupo de zarzuela surgido por las ganas de recuperar el género chico para la puebla, en un trabajo colectivo que huye de protagonismos unipersonales y que ha formado un gran grupo humano que durante más de un año ha trabajado contra viento y marea para revolucionar culturalmente un pueblo adormecido y acostumbrado a tiempos mejores en los que parecía que la actividad cultural nos venía regalada en forma de otoño cultural o grupos internacionales que pisaban la plaza de Guadalupe.
Un alquitranado frustrado de la plazuela del Alamillo, que consiguió que lo que se levantase no fuese el empedrado de una de las plazuelas más representativas de la puebla, sino sus vecinos contra una decisión absurda e irresponsable que podría haber dado al traste con una de las postales arquitectónicas de Guadalupe más representativas.
Y el fin de semana pasado en el que el deporte volvía a su máxima expresión, a aquella época dorada del Villuercas 120 de Luis, pero esta vez en formato de Marathon de Montaña en la que más de 200 personas llenaban nuestras calles y caminos con zapatillas de deporte para reivindicar una vez más que cuando se quiere se puede conseguir lo que se desea. Trabajo desinteresado y sin afán de protagonismos por parte de Lino y Rocío que han conseguido que cientos de paisanos se colocasen un peto verde de voluntario y tuviésemos en Guadalupe un ejemplo más de lo que es capaz de hacer un pueblo cuando se le pone ganas, ilusión y corazón a lo que se quiere.
Empoderamiento ciudadano, una palabra muy de moda últimamente, que reivindica el poder ciudadano ante el hartazgo de esta sociedad con sus políticos incapaces, aquellos que los árboles impiden ver el bosque y que su burbuja de aislamiento les impide ver las capacidades de una población con ganas de impulsar el medio rural y poner a sus pueblos en el lugar que se merecen.
Se terminaron los días de apatía en Guadalupe, el pueblo ha tomado conciencia de lo que es capaz de hacer sin apoyo institucional, y puede que todo fuese más fácil sin zancadillas, pero estas lejos de hacernos caer en la dejadez y el pesimismo, lo único que van a conseguir es que venga más gente a ayudar a levantarnos y a seguir trabajando por el futuro de nuestro pueblo.
Otros seguirán pensando que Guadalupe funciona solo a base de semanas taurinas, verbenas populares o bastón de mando para amenazar con clausuras de espacios culturales. Allá ellos si quieren seguir seguir delante del árbol que les impide ver el bosque, en sus manos está la oportunidad de sumar y de sumarse, de momento solo saben restar, y aunque lo intenten, creo que tendrán complicado dividir.
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Actualización:
A puntito que estaba de dar al botón de publicar y me encuentro con la madre de todas las zancadillas, por lo visto el centro cultural no es un lugar apto para los grupos de Zarzuela, teatro o folcklore de nuestro pueblo. Creo que la burbuja en la que viven algunos empieza a quedarse sin oxígeno, ante la cerrazón y el apropiamiento de los espacios públicos a golpe de cerrojazo, ya hay vecinos/as proponiendo acciones culturales. Empoderamiento frente al apropiamiento, y todo a golpe de facebook con nombre y apellidos, sin necesidad de ocultarse.