Tal día como hoy hace 75 años un grupo de militares provocaron en España un golpe de estado contra el gobierno democrático de la República. Sí, lo he dicho bien: golpe de estado contra un gobierno democrático. Alguno ya pensará que por el inicio del post lo que va a venir después será un alegato judeomasónicoizquierdoso y revanchista contra España. Otros supongo que pensarán que mejor calladitos con esto de la guerra civil bajo aquello de «no reabrir heridas» que algunos han hecho que cale en nuestra sociedad. Dificilmente se podrán reabrir heridas, puesto que muchas siguen sangrando en nuestras cunetas, pero no es de eso de lo que quiero hablar hoy.
Hoy quiero recuperar dos memorias que aunque haya quien piense que no me son cercanas, para mí han significado bastante a la hora de entender lo que pasó desde aquel 18 de Julio.
Cesáreo y Benigno, son las dos memorias que quiero traer hoy aquí. Gentes normales, de pueblo, sencillas, buena gente. El primero un hojalatero de la calle Logroño de Guadalupe, el segundo un jornalero que se vino a vivir de Alía a Guadalupe y se instaló en la Calle Real, junto al Arco de San Pedro.
En la planta baja de la casa de Benigno estaba la Casa del Pueblo. Al estallar la guerra se vio obligado a huir y tras muchos avatares terminó con los últimos republicanos encerrado en el campo de concentración situado en la plaza de toros de Valencia. Cesáreo era un hojalatero respetado en el pueblo, un hombre sencillo de derechas que, entre otros, firmo un aval para que dejaran libre a Benigno y este pudiera regresar al pueblo. Posteriormente fue encarcelado y condenado a muerte, condena que le fue permutada por un tiempo en la cárcel y el destierro, hasta que por fin pudo regresar al pueblo donde debía presentarse todos los días en el cuartel de la Guardia Civil donde era rara la noche que no le pegaban.
Un día, descargando un camión, un próspero empresario, Eusebio González, se fijó en él y aprovechando que sabía leer, escribir y echar números con facilidad (en la cárcel aprovechó para seguir formándose) le propuso irse de encargado a la finca de Almansa en Alía. Benigno le contestó que no podía, porque debía presentarse todas las noches en el cuartel y tenía un hijo pequeño al que no quería sacar de la escuela. Finalmente Eusebio González le dijo que él solucionaría lo de la Guardia Civil y que se encargaría de que su hijo aprendiese, poniendole como ayundante en el economato de la finca. Aun así y pese a todo, su casa fue la última registrada en los años cincuenta en Guadalupe, simplemente por «rojo».
Muchos años después, el destino convirtió a ambos en mis bisabuelos: Cesáreo es el abuelo de mi padre, Benigno el de mi madre.
Mi generación nació reconciliada y en democracia, así que no solo tenemos el derecho a recuperar la memoria de nuestros abuelos, tenemos el deber moral de hacerlo.